El parque del Distrito Este. Capítulo 13
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Y por fin había llegado, el día de la Gran Final. El Jefe del Distrito se despertó de un sueño muy ligero y se dio cuenta de que estaba en la cocina. Esparcidos por la mesa, el borde de la cual se le había quedado marcado en los brazos, había decenas de planos. Al llegar a casa, el Jefe se había puesto a revisar, de nuevo, las propuestas que se habían presentado al Concurso y finalmente debieron vencerle las emociones y el cansancio. Y sin embargo hoy se sentía revitalizado. No había descansado, pero le recorría una fuerza extraordinaria. Desayunó solo un zumo y salió disparado de la cocina.
Al llegar al solar donde se construiría el proyecto ganador, observó encantado que ya se había montado el escenario. Su secretario llegó solo unos minutos más tarde y le recordó las horas clave de esa jornada histórica. A la una de la tarde los últimos preparativos estarían terminados. En ese momento deberían llegar los músicos y podrían empezar a llegar los miembros del Jurado. Se abrirían las puertas al público general a las dos y media y la ceremonia debería empezar a las tres y media con los discursos inaugurales de la Gran Final. Las presentaciones de cada propuesta empezarían a las cuatro y terminarían a las cinco y media, ya que cada una de ellas duraría exactamente diez minutos y de cinco menos veinte a cinco menos diez se produciría un descanso también de diez minutos. Después de las presentaciones, los miembros del Jurado dispondrían de un máximo de tres horas para tomar una decisión. Así, se anunciaría el ganador como muy tarde a las ocho y media de la noche. Durante toda la jornada, habría comida y bebida a disposición de los presentes y de los miembros del Jurado. La previsión meteorológica no podía ser mejor “y aquí tiene una copia de su discurso inaugural por si desea revisarlo una vez más”.
Se había previsto que asistieran hasta unas diez mil personas y que los asistentes pudieran entrar y salir durante la ceremonia, especialmente durante la deliberación, ya que podría ser que se alargase durante horas. Se habían tomado medidas de seguridad y dispuesto varios dispositivos por todo el espacio. Se había planificado la distribución de los asientos, los flujos de los asistentes, la iluminación, el sonido, las opciones ofrecidas en el catering... Como se expuso en el primero de los discursos de la ceremonia, el de agradecimiento a los participantes y a los ciudadanos en conjunto, durante todo el desarrollo del Concurso, desde su gestación, se habían tenido en cuenta muchísimos detalles que habían requerido una gran inversión de tiempo y esfuerzo por parte de los trabajadores de las distintas secciones del Distrito. Aún así, todo aquel trabajo no habría servido de nada si los habitantes del Distrito no se hubieran volcado de la manera excepcional en que lo hicieron en el Concurso, ya que habría sido en vano. Pero la verdad era que la implicación de la ciudadanía había sido ejemplar, sin precedentes, y el Distrito había tomado nota. Se había ofrecido una oportunidad y cada uno de los asistentes y de las personas que seguían la ceremonia desde sus casas no solo la habían aceptado, sino que se habían realmente apoderado de dicha oportunidad y a cada paso del Concurso habían ido creciendo en el papel de construir todos juntos el futuro del Distrito. Hoy culminaría un proceso por el cual se decidiría el aspecto y la función de un espacio público, el primero pensado, diseñado y llevado a cabo por el conjunto de las personas que lo disfrutarían y lo llenarían de vida. Hoy se celebraría la capacidad de decisión y de acción de los habitantes del Distrito Este y se demostraría que solo teniendo en cuenta los sueños de cada uno de nosotros podemos avanzar en un camino inclusivo y en el que todos podemos aprender y aportar.
En los aplausos del público asistente a los discursos inaugurales se podían reconocer varias emociones: ilusión, impaciencia, agitación, expectación... El acto se desarrollaba según lo previsto. No hubo problemas de iluminación ni de sonido, todo el mundo estaba donde debía, nadie se había quedado sin palabras pese a la intensidad de todo aquello... Parecía talmente que el Jefe del Distrito seguía dormido en la mesa de la cocina, soñando.
Y así llegó el momento de que empezaran las presentaciones de las propuestas. El orden había sido elegido al azar: Bogderrin, representado por el proyecto innovador de Mila; Bodnoyu, por Feruza, la estudiante de arquitectura; Toez, por Geraldo y sus diez zonas diferentes; Lukomsta, por Enitan y su homenaje a las ciudades centrales; la capital, por Kamil y su minimalismo; Nukau, por Odon el jardinero; Tariat, por Makoa el arquitecto famoso; y, finalmente, Lipisi, por Vatsana.
El Jurado quedó tan maravillado como el público. Cuando Vatsana terminó su presentación y el aplauso terminó, se hizo un silencio casi palpable. Nadie se atrevía siquiera a susurrar. Al cabo de lo que tanto para los presentes como para los espectadores y oyentes en sus casas pareció una eternidad, el propio Jefe del Distrito se acercó al micrófono, se aclaró la garganta y dijo:
“Bien, respetados miembros del Jurado, después de las espectaculares presentaciones que acabamos de tener el privilegio de escuchar, me temo que ha llegado el momento de deliberar. Mucha suerte a todos los participantes. Ruego otro aplauso por su gran trabajo.”
Los miembros del Jurado se retiraron a la Sala de Deliberación entre los aplausos que arrancaron suaves como si el público volviera de un trance. Una vez allí, y mientras Pirai cerraba la puerta tras de sí, la joven Avani, de 10 años, preguntó confundida: “¿Y cómo esperan que elijamos solo a uno?”. Todos miraron a Phương y a Pirai, por ser los mayores. Ellos sugirieron repasar juntos, una vez más, las directrices que les habían proporcionado, para reflexionar sobre los aspectos en que les habían pedido que se centrasen: la originalidad, la funcionalidad, la estética y la eficiencia de cada proyecto. Con admirable paciencia y sistematicidad, considerando que eran niños de entre 4 y 15 años, revisaron una por una las propuestas, votando del 1 al 10 cada proyecto según esos conceptos. “Así podremos contar una nota al final y saber cuál es el que nos gusta más”, había pensado Phương. Pero llegaron al final de las votaciones y, Titus, el encargado de hacer el recuento dijo que había empates para todos los conceptos. No podía ser, dijeron varios. Repasaron las sumas, pero así era. Habían otorgado puntuaciones muy similares y seguían sin poder resolver el problema. Podrían hacer una nueva votación, propuso alguien. “Pero es que hemos votado lo que creemos de verdad, ¿no? Yo, al menos, votaría lo mismo otra vez”, dijo Amunet. Todos estaban de acuerdo. Pero entonces, ¿qué iban a hacer? Los más pequeños estaban empezando a frustrarse. No entendían por qué tenían que decidir ellos. Que lo hicieran los mayores, todo eso era demasiado complicado. Pirai se dio cuenta de que si no resolvían eso pronto empezarían a perder la concentración. De hecho, algunos de los que se llevaban mejor ya estaban distrayéndose con tanta charla y hacían tonterías para divertirse. Se puso pensativo, intentando encontrar la manera de tomar una decisión. Les habían prohibido echarlo a suertes, así que solo podían elegir al ganador llegando a una opinión conjunta. Lo dijo en voz alta, para ver si pensando juntos podían encontrar la respuesta. Pero nadie respondió. Algunos asintieron, con cara de preocupación. “¡Agh!”, hizo Pirai al sentarse. Kearte, sentada al otro lado de la mesa, se levantó, la rodeó y le tiró de la manga de la camiseta. “Pirai, que vengan los que concursan y mezclamos todos los parques en uno”. Pirai soltó una carcajada, y le explicó que eso no estaba contemplado en las normas y que no se podía hacer. A su lado, alguien preguntó: “¿Qué pasa? ¿Qué ha dicho?” Y Pirai explicó que Kearte había propuesto crear un nuevo proyecto uniendo aspectos de todos los finalistas, pero que eso, pues no estaba contemplado y por tanto... Mientras hablaba y volvía a escuchar la idea, Pirai iba dándose cuenta de que esa era de hecho la solución. Al mismo tiempo, sus compañeros, al escucharle, cambiaban progresivamente sus caras tristes, ofuscadas, por caras de sorpresa y de “¡Ajá, pues claro!”. Así que Pirai nunca terminó esa frase, sino que, entre risas, agradeció sinceramenta la valentía y clarividencia de Kearte, le dió un beso en la mejilla y preguntó, solo como una formalidad, porque ya estaba viendo la respuesta: “¿Estamos todos de acuerdo?”. Todos asintieron, entusiasmados, y Pirai salió de la Sala de Deliberación en busca de algún organizador.
Convencer al encargado que hizo llamar la primera trabajadora con que habló Pirai para que se saltara las normas y dejase entrar a los participantes a la Sala de Deliberación no fue fácil ni rápido, pero Pirai sabía que era la única opción y, además, la que tenía más sentido, y por eso no dejó de insistir hasta que lo consiguió. Los finalistas entraron en la Sala medio asustados, muy nerviosos y sin saber qué estaba pasando. Los niños estaban de pie, detrás de la mesa, que habían arrastrado al centro de la habitación y en la que habían preparado todos los planos y los utensilios de los que disponían: lápices, gomas, libretas, reglas. Pirai dijo: “Kearte, esto ha sido idea tuya. Explícaselo tú.” Y le sonrió. Kearte dio un paso al frente, valiente, y empezó a hablar. Los finalistas escuchaban pasmados. Una niña de 7 años estaba dando en el clavo y teniendo más sentido común que muchísimos adultos, proponiendo algo en lo que nadie había caído después de pensar en el Concurso durante mucho tiempo. Kearte terminó de explicar su idea y ninguno de ellos tuvo ningún comentario que hacer. Miraron al resto de los niños, de pie, convencidos y contentos. Se miraron unos a otros y vieron la misma admiración y reconocieron el mismo pensamiento: “Si es que tiene toda la razón del mundo”. Pero seguían allí sin hacer nada. Phương dijo:
“Bueno, ¿y a qué esperan? Solo tenemos algo más de una hora para anunciar al ganador. Ahí están todos los planos”.
Se sentaron y empezaron a trabajar. Los niños les miraban y escuchaban, e intervenían cuando se les ocurrían ideas también a ellos. Tuvieron que pedir más herramientas: escuadras y cartabones, por supuesto, pero también útiles que los miembros del Jurado nunca habían visto antes. Se maravillaron al ver a los adultos utilizarlos y juntos fueron analizando cada proyecto, seleccionando las ideas que podían incorporar a su nuevo parque, integrando elementos de uno y de otro, escuchando a los niños y creando espacios que respondían a necesidades reales de los futuros usarios pero también a su fantasía colectiva y, claro está, sin olvidar los sueños de Kuttu, recogidos en los libritos que también parecía que danzaban en esa mesa en que todo se movía y varios pares de manos gesticulaban, trazaban, agarraban y soltaban al ritmo de las palabras llenas de ilusión que compartían entre grandes y pequeños creadores. No había tiempo para discusiones, pero tampoco se pudo generar ninguna en ese clima de intercambio, positividad y pertenencia a algo casi mágico que acababa de nacer y que impregnó esa Sala por completo. La gran hoja de papel en que iban plasmando sus ideas estaba llena de tachones, pero algo iba tomando forma en ella a gran velocidad como si tuviera vida propia.
Ninguno de ellos se dio cuenta del tiempo que estuvieron trabajando y casi todos se sobresaltaron cuando oyeron que alguien llamba a la puerta. “¡Diez minutos para el fin de las 3 horas!”, les avisó una voz desde fuera.
Los miembros del Jurado subieron al escenario entre los aplausos del público.
“Y a continuación, el momento que hemos estado esperando. Por favor, que el portavoz del Jurado se acerque al micrófono para anunciar al ganador.”
La pequeña Gabar se acercó, le ajustaron el micrófono a su altura y dijo, con voz algo temblorosa al principio: “Hemos tomado una decisión.” El silencio se volvió absoluto y llenó todos los rincones del Distrito. Los salones de las casas, los bares, las plazas en que se había instalado pantallas grandes para que decenas de personas siguieran ese momento y el mismo solar desde el que se proyectaba la voz dulce de Gabar. “Nos hemos saltado las normas. ¡Que pasen los ganadores!” Y la chiquilla empezó a aplaudir. Sus compañeros del Jurado de seguida se le unieron y el público también se unió al aplauso sin saber muy bien a qué aplaudían. Entraron los finalistas, llevando la gran hoja de papel con el plano, que realmente aún estaba por terminar.
Amunet se acercó al micrófono y desveló por fin el misterio. “Durante la deliberación nos dimos cuenta de que lo más acertado era trabajar juntos para crear el Parque Kuttu del Distrito Este. Todos los finalistas, y también un poco nosotros, hemos creado un proyecto a partir de los que llegaron a la final. Y nuestra decisión es que sea este el que se construya, para que todos hayamos participado de verdad en la elección. Muchas gracias.”
El público se volvió loco. Se levantaron a aplaudir inmediatamente, la gente silbaba, gritaba “¡Bravo!”, “¡Bien hecho!”, “¡Muy bien!”, volaron sombreros, cayeron lágrimas de alegría... La reacción fue unánime. El Distrito entero estaba orgulloso de su Jurado. El Jefe no pudo contenerse y subió al escenario a abrazar a todos los niños y de seguida se unieron al abrazo grupal también los finalistas, convertidos ya en ganadores. La fiesta se desató y los músicos se arrancaron a tocar su canción más alegre.
Hoy en día, el Parque Kuttu sigue siendo todavía el más concurrido del Distrito Este y uno de los más famosos del mundo. Se han publicado decenas de libros sobre sus protagonistas. Su historia se ha llevado al teatro y al cine. Ha inspirado cientos de acciones de participación ciudadana y se sigue utilizando en clases de política a nivel universitario como ejemplo del poder de la población. Pero quizás lo más especial de todo es que es donde descansan tanto Kuttu como el Jefe del Distrito, aunque a petición de este último, nadie sabe exactamente en qué lugar del parque.
Fin.